viernes, 20 de junio de 2014

Lección de la Mariposa.

Un día, un hombre sentado al borde del camino bajo un árbol, observó cómo la oruga de una crisálida de mariposa intentaba abrirse paso a través de una pequeña abertura aparecida en el capullo. Estuvo largo rato contemplando cómo se esforzaba hasta que, de repente, pareció detenerse y que había llegado al límite de sus fuerzas: no conseguiría ir más lejos. O así creía él.

El hombre decidió ayudar a la mariposa: agarró una tijera y ensanchó el orificio del capullo. La mariposa, entonces, salió fácilmente. Pero su cuerpo estaba blanquecino, era pequeño y tenía las alas aplastadas. El hombre continuó observándola, porque esperaba que, en cualquier momento, sus alas se abrirían y estirarían y el insecto se echaría a volar. Nada ocurrió. La mariposa vivió poco y murió. Nunca voló, y las pocas horas que sobrevivió las pasó arrastrando lastimosamente su cuerpo débil y sus alas encogidas. 


Aquel caminante, con su gentileza y voluntad de ayudar, no comprendió que el esfuerzo necesario para abrirse camino a través del capullo era la manera que Dios había dispuesto para que la circulación de su cuerpo llegara a las alas, y estuviera lista para volar una vez hubiera salido al exterior.

Algunas veces, justamente es el esfuerzo lo que necesitamos en nuestra vida. Si Dios nos permitiese vivir sin obstáculos, quedaríamos inválidos. Nunca llegaríamos a nuestra plenitud.

Por eso...

Pedimos fuerzas... y Dios nos da dificultades para hacernos fuertes.
Pedimos sabiduría... y Dios nos da problemas para resolver.
Pedimos prosperidad... y Dios nos da cerebro y músculos para trabajar.
Pedimos coraje... Y Dios nos da obstáculos para superar.
Pedimos amor... Y Dios nos da personas con problemas para ayudar.
Pedimos favores... Y Dios nos concede oportunidades.
Parece que no recibimos nada de lo que hemos pedido... pero recibimos todo lo que necesitamos.



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