martes, 21 de junio de 2016

Miedo al cambio.


Había una vez una oruga que vivía en el árbol de un bosque frondoso. Con ella vivían un montón de hermanas, que al inicio de la primavera habían eclosionado de los huevos de un nido incrustado en el hueco del árbol. Nada mas nacer, nuestra amiga la oruga y sus hermanas, habían salido corriendo del nido, moviendo sus patitas en busca de aire, luz y alimento. Las orugas jubilosas se miraron las unas a las otras, reconociéndose como hermanas y hechando a correr para comerse los primeros brotes de tiernas hojas que empezaban a despuntar. En esos primeros momentos de vida todas ellas se encontraban dichosas, correteando por las ramas del árbol.
Eran los comienzos de abril. Las plantas empezaban a desperezarse del largo sueño del invierno. Las ramas del árbol de nuestra familia de orugas, iniciaban su reverdecimiento con una explosión de hojas, que servían de alimento a las voraces orugas, pero también los pajarillos habían escuchado la llamada de la primavera y volaban entre las ramas para buscar el alimento de sus polluelos. En esta acción, algunas de las hermanas sufrían en sus propias carnes el apetito de los pajaritos, comenzando a disminuir drásticamente el número de la familia.
Así había pasado abril y mayo y al calor del sol de la madura primavera, las orugas empezaron a sentir un fuerte instinto que clamaba desde su interior. Las más precoces y valientes se colgaron de una rama y pasando por crisálidas, pronto se convirtieron en maravillosas mariposas. Corría junio y ya casi todas las orugas se habían transformado en bellas mariposas de preciosos colores, pero todavía quedaba un pequeño grupito, de no más de cuatro cinco orugas, que se resistían a transformarse. Entre ellas se encontraba nuestra buena amiga, la protagonista de este cuento. Todas ellas vivían felices, seguían correteando por el árbol con sus cortas patitas y seguían alimentándose de las hojas, ya cada vez más duras y leñosas.

Cierto dia una de las hermanas mariposas, se acercó a nuestra amiga y le inquirió para que se transformara en mariposa. Nuestra amiga le dijo que era muy feliz como oruga y que en esa forma de vida, tenía todo aquello que deseaba: hermanas para jugar, un árbol para correr y hojas para comer. La mariposa insistía diciéndole que seguir siendo oruga era muy
peligroso, ya que cada vez había más pajarillos en el bosque que le podían comer y que además las hojas cada vez eran menos blandas y sabrosas. Y por el contrario, como mariposa, tendría un bello cuerpo, podría comer néctar de flores y como volaría, los pájaros no podrían comerle.
La oruga necia, no escuchaba a la mariposa y aunque ésta le insistía, ella se encerraba en su necedad y seguía siendo oruga. Un buen día tanto le insistió la mariposa, que la oruga harta le confesó: “Mira mariposa, si todavía sigo siendo oruga es porque tengo miedo. Tengo miedo a renunciar a lo que conozco y en lo que he vivido: mi árbol, mis hermanas, mi comida... Tengo miedo a meterme en la crisálida y cambiar mi cuerpo infante. Tengo miedo, mucho miedo a volar sola. Tengo miedo a que no me guste el néctar. Así como yo soy, se que soy fea, se que me pueden comer los pájaros, se que las hermanas que se han quedado son muy tontas, pero carezco de valor para cambiar”.
La mariposa triste y pensativa se alejó volando para llorar en silencio por su hermana. Y así pasaron los días, hasta que nuevamente la mariposa se acercó a nuestra amiga. Aquel día estaba resuelta a no ceder frente a la oruga y obligarle a cambiar. Para ello se le susurró a sus orejitas que se subiera a su espalda para que comprobara la calidez de su cuerpo y viera más de cerca los bonitos colores de sus alas. La oruga inocente de las intenciones de su hermana, escaló con sus patitas sobre la espalda de la mariposa y se acomodó entre sus alas. En ese momento la mariposa echó a volar. La oruga presa de pánico comenzó a chillar obligando a la mariposa a bajarle a su querido árbol. Pero la hermana firmemente convencida no le hizo caso y le aconsejo que se calmara y que disfrutara del paseo que iban a realizar.
Después de un rato la oruga consiguió calmarse, dándose cuenta de lo inútil de sus gritos, por lo que empezó a perder el miedo a las alturas y a disfrutar del vuelo. Lentamente fue percibiendo la lujuria de los colores de las flores, que la madura primavera había hecho brotar sobre el manto verde de la hierba. También vio los pequeños animalitos que no volaban y se arrastraban por el suelo. Vio las majestuosas copas de los árboles, los tejados rojos de las casas, las nubes, el sol. Vio otro nuevo y precioso mundo, mucho mejor que el anterior, que desde la pequeñez de su árbol y de la limitación de sus patitas, nunca podría haber conocido.
La mariposa devolvió a su hermana al árbol con esta recomendación: “Sí ahora que has conocido la libertad de una nueva vida, sigues teniendo miedo a cambiar, no eres merecedora de ella y no volveré a verte”. Y con estas palabras la mariposa se marchó revoloteando y agitando los colores de sus alas.
La oruga estaba impresionada por todo lo que había visto y fue rápidamente a contárselo al grupito de hermanas que aún permanecían juntas. Pero éstas, que eran más tontas y más miedosas, no quisieron saber nada de ella y la despacharon displicentemente.
La noche llegó y se fueron a dormir. Nuestra amiga no podía conciliar el sueño, porque lo que había visto a lomos de su hermana, era demasiado maravilloso para ser olvidado. Finalmente tomó una decisión. Sacó del fondo de su ser todo el coraje que tenía y se colgó de una rama para ser una crisálida. A la mañana siguiente, los primero rayos del sol acariciaban unas tiernas alitas que pugnaban por salir de su estuche. Repentinamente una nueva y bella mariposa adoraba el bosque.
Nuestra amiga, ya mariposa, saltó al vacío y comenzó a volar experimentando una sensación indescriptible. Por fin era libre de miedos y prejuicios. Por fin había asumido su ser auténtico al completo. Por fin había sacado a la luz su yo interior.


Mientras volaba por primera vez, desde el cielo observaba el árbol donde sus hermanas acababan de levantarse y se encaminaban hacia unas hojas para desayunar. También observó a un pajarillo que se acercaba a ellas y con delicada parsimonia fue engullendo, una a una, todas ellas entre suaves movimientos de su cabecita.




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