Le hablé de ti, le conté lo mucho que me acompañas, de lo mucho que compartes conmigo mis penas y alegrías, lo mucho que me reconfortas y haces que vea mi realidad sin ojos pesimistas.
Le hablé de ti, de lo mucho que te esfuerzas a diario, de lo mucho que te dejas de lado, por hacer las cosas que son mejores para los que te rodean.
Le hablé de ti, de lo mucho que pides por otros, dejándote a veces demasiado de lado, sin importarte que tus necesidades queden sin cubrir.
Le hablé de ti y de tus sueños, que muchas veces son los míos, que quieres estar bien junto a quien te dio el ser.
Le hablé de ti, que añoras tu independencia y don de decisión, añoranza que eternamente postergas por los tuyos y por una sana convivencia.
Le hablé de ti, que quiero que seas feliz, que no importa el sacrificio que haya que hacer por lograrlo, lo que yo soy está disponible y lo entrego para que sea así.
Le hablé de ti, de lo mucho que significas para mí, de que no estaría donde estoy si no fuera por tu aliento, constancia y perseverancia.
Le hablé de ti, porque estarás sola tal vez, y que no importa la distancia que haya entre nosotros, siempre habrá un lugar que deberá dejar vacío, para que al momento del juicio, nos hagamos compañía y nos demos fuerza ante su decisión.
Le hablé de ti, para que te vea siempre con buenos ojos y cuide tu andar, para que siempre premie tu esfuerzo, porque nunca sus resultados y ganancias serán solo para ti, sino por el contrario, siempre habrá nombres en una larga lista que disfrutarán más que tú.
Le hablé de ti, le pedí que nunca te deje, que siempre te guíe, que siempre te reconforte, que siempre te premie, que siempre llene tu corazón, que siempre te dé felicidad y que siempre te haga recordar mi nombre y el corazón que te quiere y se regocija con escuchar tu nombre, tu voz y tu andar.
Le hablé de ti... y de mí. Amen.
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