miércoles, 10 de agosto de 2016

PAZ..!!


¡Roque parecía un buen hombre! Cuando yo lo conocí era otra cosa. Amable, tierno, aunque un poco machista. O quizá yo lo veía así. No lo sé. Tal vez haya sido por la necesidad de cariño, de contención que tenía. Vaya a saber. La cosa es que toda mi vida fue una verdadera desgracia. Ya de chica, de muy chiquita, yo buscaba alguien que me cuidara, me diera afecto. Mi mamá decía que me quería mucho, pero me maltrataba y pegaba por cualquier cosa. Mi papá casi no paraba en la casa y no me daba bola. Decía que él quería un varoncito. Un día me pelé toda para parecer varón y así poder agradarle. Me gané una gran paliza. Entonces llegaba usted, con esa voz tan suave, tan cálida, siempre venía a compartir mis abandonos. Y me hacía jugar y me divertía mucho, desde que era muy niñita. Me acuerdo muy clarito, como si fuera ayer. Eran mis únicos momentos de alegría. Un día mi papá murió, se cayó en una zanja, borracho, comentaban las malas lenguas. Después mi mamá empezó a beber también y llenaba la casa de señores que me miraban raro, feo. Yo ya era grandecita. Era señorita, pero todavía no conocía hombre. Les tenía miedo. ¿Recuerda aquella vez que esos hombres querían tocarme y usted llegó justo para tomarme de la mano? Los hombres retrocedieron entonces, como espantados. El clima en la casa empezó a ponerse espeso. Mi mamá bebía cada vez más y salía. Salía sin regresar por varias horas y hasta días. Entonces apareció Roque. Tan lindo, gentil y celoso. Al poco tiempo fui suya y me entregué entera. Nos fuimos a vivir juntos y luego vino Esteban, nuestro hijo. No sé porqué Roque comenzó a cambiar. Aunque pensándolo bien, él ya era así cuando lo conocí, con ese carácter fuerte, caprichoso, autoritario, tan dominante, todo tenía que ser como él quería. Sí, usted me advirtió pero yo no le hice caso. La cuestión es que todo empezó a empeorar para nosotros, para Esteban y para mí. Los gritos, insultos, humillaciones. . . los golpes. Cada vez más seguidos y más violentos. Para los dos. Así llegó el día en que usted nos sacó de casa y nos trajo. ¿Se acuerda, no? Habíamos recibido una golpiza de aquellas, tremenda. Estábamos ambos tirados en el piso, acurrucados, sangrantes y llorando. Pidiendo a Dios, ya sin fuerzas, por nosotros, para que nos salve de tanto martirio. Nos había golpeado porque le pedí dinero para comprarle yogurt a Esteban, nuestro hijo. Yo no sabía que él había perdido la noche anterior en las tragamonedas. Yo no sabía. Menos mal que usted llegó. Con su rostro luminoso y sonriente, como siempre. No le pasan los años a usted. ¿No? No sé cómo entró, ni como salimos, porque Roque cerró con llave, como acostumbra. Al verlo me sentí aliviada. No sé por qué. Será porque siempre vino cuando lo necesitaba, sin llamarlo, además tiene cara de bueno usted. Entonces nos trajo a este lugar tan bonito, lejos de Roque. Mírelo a Esteban, está feliz. Me siento segura y tranquila, más desde que usted me aseguró que Roque jamás entrará aquí. Es tan lindo, hay tanta paz. La gente es tan buena. No me cansaré de agradecerle por habernos traído. Si en verdad hay un paraíso, seguro que es como éste.-
Roque no cesaba de gritar. ¡Yo no sé nada! ¡Yo no sé nada! ¡Oficial, soy inocente! ¡No hice nada! El Oficial Principal Márquez había ordenado la detención preventiva de Roque y pidió que llamaran urgente a la fiscalía dando parte del hecho. Dentro de la casa, en una habitación, estaban los cuerpos sin vida de María y su hijo Esteban, con señas de haber sido golpeados salvajemente.





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