¡¡¡ OH MARÍA MADRE MÍA !!!
¡Oh Reina del Paraíso, que estáis sentada sobre todos los coros de los Ángeles, la más cercana a Dios! Desde este valle de miserias, yo, miserable pecador, os saludo y os ruego que volváis hacia mí vuestros ojos misericordiosos. ¡Oh María!, mirad en cuantos peligros me encuentro, y me he de encontrar, de perder mi alma, el Paraíso y a Dios, mientras viva en esta tierra. En Vos, Señora, he puesto toda mi esperanza. Os amo, y suspiro por ir pronto a veros y a alabaros en el Paraíso. ¡Ah María! ¿Cuál será el día en que me veré ya salvo a vuestros pies? ¿Cuándo besaré aquella mano que tantas veces me ha librado del infierno y tantas mercedes me ha dispensado? Es cierto, Madre mía, que he sido muy ingrato durante mi vida; pero, si voy al Paraíso, os amaré cuanto pueda por toda la eternidad y, en desquite por mi ingratitud, os bendeciré y os daré gracias, para siempre. Doy gracias a Dios, que me da tal confianza en la Sangre de Jesucristo y en vuestra poderosa intercesión. Esto mismo han esperado vuestros verdaderos devotos, y ninguno ha sido defraudado. Tampoco lo seré yo. ¡Oh María! Rogad a vuestro Hijo, como le ruego también yo, por los méritos de su Pasión, que confirme y acreciente cada día más estas mis esperanzas. Así sea.
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