"Tómese doce buenos meses: téngase cuidado de que éstos estén plenamente libres de todos los antiguos recuerdos de amargura, rencores, odios y celos.
Límpieselos completamente de todo resentimiento que esté adherido a ellos; extráiganseles todas las manchas de mezquinidad y pequeñez; en resumen, téngase cuidado de que estos meses estén totalmente libres del pasado.
Divídase cada uno de estos meses en partes iguales según el número de días de cada mes.
No trate de preparar la receta del año de una sola vez, pues muchos echan a perder el caldo por proceder de ese modo, sino prepárelo cada día a la vez de la siguiente manera: "Póngase en cada día doce partes de fe, once de paciencia, diez de valor, nueve de trabajo (algunos omiten este ingrediente y echan a perder el sabor de todo lo demás), ocho de esperanza, siete de lealtad, seis de generosidad, cinco de amabilidad, cuatro de descanso, (si deja fuera este ingrediente es como si no le pusiera aceite a la ensalada; no lo haga), tres de oración, dos de meditación y una de resolución bien seleccionada.
Añádale a todo esto una pizca de alegría, otra de juego, y una cucharada grande bien llena de buen humor.
"Agréguesele a toda la mezcla amor a gusto, y mézclese todo con mucho brío. Cocínese con corazón ardiente, adórneselo con sonrisas y una pizca de regocijo, sírvalo con tranquilidad, abnegación y alegría, y ciertamente tendrá un feliz año nuevo".
Desde el punto de vista humano, esta es una receta muy apropiada. Podemos aprender mucho de ella. Sin embargo, le falta un ingrediente, o sea una persona sin la cual no se puede tener un feliz año nuevo, le falta Jesucristo. No se puede hablar de verdadera fé, valor, esperanza, lealtad, generosidad y amabilidad sin él. !El es la escencia misma de todo eso! Si deseamos verdadera felicidad durante el año nuevo que tenemos por delante, debemos abrir la puerta de nuestro corazón e invitarlo a entrar. "Mientras contempléis a Cristo, estaréis seguros."
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