Ven sube !! confía en mi .
Todavía recuerdo lo segura de mi misma que me sentía. Realmente me sentía orgullosa de mi capacidad para conducir mi automóvil de la misma manera que conducía mi propia vida.
Yo decidía mi destino y el camino que debía tomar para alcanzarlo. Me encantaba esas horas solitarias por la carretera observando cómo el sol se ponía sobre el horizonte.
Disfrutaba sentir cómo se adherían las ruedas al asfalto. Era facinante ir a donde yo quisiera y en cualquier momento.
Me sentía dueña de mi vida y capaz de disfrutarla plenamente, por eso siempre procuraba pasarla lo mejor posible.
Claro que también había épocas difíciles, tramos de caminos solitarios y oscuros en los que la noche parecían devorarme. En ocasiones tuve que pisar el lodo para localizar una avería o tapar una fuga de aceite, y otras veces tuve que cambiar un meumático bajo un sol abrasador o una lluvia torrencial.
Pasé por momentos de confusión y contrariedad en los que tuve que retroceder, al darme cuenta que había tomado un camino sin salida.
Estar sola no era siempre bueno, pero me las arreglaba para no hacer caso de esos incidentes desafortunados y volver así a salir en busca de nuevas aventuras.
Hasta que un día te encontré en el camino. Hacías dedo y te subistes a mi auto. Y te pregunté hacía donde ibas, y respondistes ; A donde vayas tú.
Al poco rato entablamos una entrañable amistad,
siempre estabas presente para mirar el mapa e indicarme la ruta cuando me había perdido. No sé cómo, pero te conocías todos los caminos. También estabas presente en la oscuridad, en los largos viajes nocturnos, para darme la mano cuando tenía miedo y me sentía sola.
No sé por qué, pero tu presencia siempre irradiaba luz en la oscuridad.
Cuando después de que mi búsqueda de aventuras me hubíera llevado a caer en una zanja, intentaba volver al camino, ahí estabas tú animándome y enpujándome.
No me explico cómo , pero entendías mi desaliento y aunque me lo habías advertido, nunca te oí decir ; Te lo dije.
Cuando neciamente discutí contigo diciéndote que te alejaras de mi vida, tú me abrazastes y perdonastes. No me lo explico, pero seguistes amándome y creyendo en mí , a pesar de que yo me empeñaba en seguir conduciendo sin hacerte caso.
Me acuerdo cuando te dije ; Al fin y al cabo es mi auto. yo agradecia tus consejos e instrucciones, pero la desición final siempre sería mía, por que es mi vida , pensaba.
Y así pasarón kilómetros y kilómetros, y yo todavía
insistia en conducir sin descansar. y fue así que destrocé mi auto.
Humillada y quebrantada, con el automóvil de mis sueños destrozado, por fin te entregué las llaves.
con una sonrisa de alivio empezastes hacer las reparaciones . En poco tiempo continuamos el viaje,
ahora eres tú el conductor,
Renunciar a llevar el timón había sido mucho más difícil de lo que esperaba.
«¡Oye!», gritaba tratando de agarrar el volante. ¿Qué haces? ¡Yo creía que habíamos acordado ir en aquella dirección!» De inmediato, frenabas y con paciencia esperabas a que dejara de luchar por recuperar la dirección, y luego te volvías hacia mí y me decías con la ternura de un padre que explica algo a su hija: «Ten fe en mi, yo sé lo que hago». A regañadientes, cedía y me quedaba irritada hasta que doblábamos el siguiente recodo. De repente quedaba muy claro que sabías muy bien a dónde me llevabas, y empecé a respetarte por tu sagacidad y previsión.
Pero no tardaba en olvidar esa enseñanza y al poco tiempo lo intentaba de nuevo. Pasábamos ante un sitio que me parecía divertido y me quejaba: ¿Por qué no paraste? Tú sonreías con complicidad y decías: «Confía en mí. Más adelante te ofreceré algo mucho mejor». Y en efecto, siempre había algo mucho mejor, algo que jamás había pensado que fuera posible.
Al cabo de un tiempo me acostumbré a que condujeras tú. Aprendí a quedarme quieta y a morderme la lengua cuando tus caminos eran contrarios a los míos, y me obligaba a esperar con paciencia hasta que tras la próxima curva se revelara la sorpresa oculta tras tu misteriosa sonrisa.
Curiosamente las equivocaciones de la carretera se volvieron cosa del pasado, al igual que mi búsqueda frenética de aventura, felicidad y emoción. Contigo al volante, siempre lo pasaba muy bien.
Eso no quiere decir que no hubiera momentos de desaliento, como cuando me llevabas por caminos desiertos y polvorientos y estábamos solos los dos durante kilómetros. Pero esos caminos solitarios también me mostraban los paisajes más impresionantes y majestuosos de toda mi vida. Fue recorriéndolos que descubrí los panoramas llenos de belleza oculta y misteriosa que me habías reservado. También hubo ocasiones en que elegiste caminos que conducían a lugares que siempre me inspiraron pavor: valles y cañones sombríos adonde no llegaba el sol. No sé si te dabas cuenta, pero interiormente me quejaba y me revelaba ante tu decisión, hasta que acababa diciendo: « ¿Por qué vamos por aquí?». ¡Como me molestaba que me respondieras con una pregunta y tú lo hacías constantemente!: ¿Alguna vez te he fallado?», me decías, tranquila, confía en mí. Y lo mejor es que cuando obligaba a mi alma a estar tranquila y confiar, encontraba fuerzas y un valor que ni sabía que tenía.
Desde el día en que tomaste el volante he subido a alturas inimaginables, he visto valles de belleza sin igual, he experimentado la emoción de la aventura, una felicidad increíble y un amor sin medida.
“Tenías toda la razón del mundo. Jamás me arrepentiré de haber pasado la vida contigo al volante. Gracias Señor Jesús”
Eso no quiere decir que no hubiera momentos de desaliento, como cuando me llevabas por caminos desiertos y polvorientos y estábamos solos los dos durante kilómetros. Pero esos caminos solitarios también me mostraban los paisajes más impresionantes y majestuosos de toda mi vida. Fue recorriéndolos que descubrí los panoramas llenos de belleza oculta y misteriosa que me habías reservado. También hubo ocasiones en que elegiste caminos que conducían a lugares que siempre me inspiraron pavor: valles y cañones sombríos adonde no llegaba el sol. No sé si te dabas cuenta, pero interiormente me quejaba y me revelaba ante tu decisión, hasta que acababa diciendo: « ¿Por qué vamos por aquí?». ¡Como me molestaba que me respondieras con una pregunta y tú lo hacías constantemente!: ¿Alguna vez te he fallado?», me decías, tranquila, confía en mí. Y lo mejor es que cuando obligaba a mi alma a estar tranquila y confiar, encontraba fuerzas y un valor que ni sabía que tenía.
Desde el día en que tomaste el volante he subido a alturas inimaginables, he visto valles de belleza sin igual, he experimentado la emoción de la aventura, una felicidad increíble y un amor sin medida.
“Tenías toda la razón del mundo. Jamás me arrepentiré de haber pasado la vida contigo al volante. Gracias Señor Jesús”
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