Había una vez, una mujer que nunca se equivocaba, nunca dudaba y jamás se sentía triste. Más de un humano común y corriente envidiaba dicha condición, pues a simple vista parecía una persona normal, nadie sabía que a aquella mujer le faltaba algo. Ella nunca se quejaba puesto que no conocía lo que era ser diferente a lo que venía siendo, aunque por las noches no podía dormir bien. Aquella mujer aparentemente feliz a la vista ordinaria, no tenía nada de lo que aprender, sus días eran rutinarios, no disfrutaba de la salida del sol, de abrazar, de hablar con alguien por el simple hecho de compartir; estaba sola. Fue entonces que decidió ir a ver a la anciana de su pueblo por primera vez, ya que nunca tuvo la necesidad de hacerlo antes. La mujer de cabello encanecido y ojos profundos como el océano, la abrazó ni bien la vio. No hizo falta decir nada, ella lo sabía todo. La tomó por las muñecas y dijo casi en un susurro:
- Por el término de tres días y tres noches completas, te regalo una sombra. Aprenderás de ella, como ella de ti. Si logras pasar los tres días, la sombra será tuya.
La mujer no sabía cómo agradecerle, estaba feliz, después de muchos años, o quizás más de lo que nunca estuvo. Así, muy contenta se fue a su casa, con el corazón latiendo presuroso dentro de su pecho. Sentía...después de tanto tiempo, sentía. Pero aquella noche, la primera luego de tantas iguales, lloró al ver la luz de la luna ingresar tímidamente por su ventana. Y pensó, "Qué tonta soy, al emocionarme por cosas tan simples". Al otro día volvió a llorar cuando alguien le dijo algo que no quería escuchar y también pensó, "Qué tonta soy al desmoronarme tan rápido, si quizás lo que me está diciendo me ayuda a mejorar". Al segundo día prefirió callar cuando uno de sus amigos le echó en cara algo que había sucedido hace mucho tiempo atrás, y pensó con tristeza "Qué tonta soy al hacerle caso a alguien que según su filtro mental, tiene aquel concepto sobre mí", pero cuando se cruzó con alguien que le puso mala cara en el colectivo, se desquitó con toda la furia. Por no hablar en su momento con aquel amigo, terminó pagando alguien que no tenía nada que ver. La mujer de la sombra recién estrenada, comenzaba a aprender y le dolía. En la noche del segundo día extrañó a alguien que no veía hace mucho tiempo y pensó, "Esto de sentir tanto me está arruinando. Antes, cuando nada sentía, la pasaba mejor". Al tercer día, mas precisamente a la mañana, recordó que cuando era pequeña se había caído al río, entonces como un torbellino infernal, supo que su miedo a entregarse provenía de aquel angustioso hecho. Volvió a pensar y esto de pensar demasiado comenzaba a atormentarla, puesto que si seguía así, tendría que replantearse muchas cosas que hasta hacía unos pocos días, cuando no tenía sombra, le pasaban inadvertido. En el crepúsculo, lloró con congoja y se asustó, nunca lo hizo, y aunque sentía como si se estuviera limpiando por dentro, quiso escapar de dicha situación. Entonces empezó a replantearse la necesidad de tener una sombra. No esperó a que terminara el tercer día, salió rápidamente al encuentro de la anciana. Quería devolverle la sombra, arrepentida ya, puesto que al parecer tenía mucho que aprender.
Cuando llegó a la casa de la anciana, ésta la estaba esperando con un té. Escuchó a la mujer con nueva sombra por casi media hora, hablando atropelladamente y casi desesperada. Quería devolverle la sombra, ya no la necesitaba, se había dado cuenta de que era un capricho, que no tenía por qué tener una sombra ya que sin ella era realmente feliz. La mujer sabia sonrió picaramente y la miró con ternura. Tras un prolongado silencio tomó la mano de la mujer que tenía delante y le dijo:
-Yo no te regalé nada que tú no tuvieras. La sombra que me quieres devolver es tuya, yo sólo la desperté. Por años la has negado, la dejaste abandonada porque no querías que nadie te hiriera. Sin embargo ella siempre estuvo esperando el momento en que la necesitaras, ya que ambas son la misma. Tú sin ella no existes y ella sin ti tampoco. Tu sombra vino a rescatarte, pero queda en ti la decisión. O la aceptas y aprendes a convivir con ella, o vuelves a esconderla. Pero ten en cuenta que la decisión que tomes tendrá consecuencias.
La mujer la miró atónita. ¿Esa era su sombra? ¿Cómo? ¿Cuándo?... No dijo una sola palabra, como si ya no le quedara ni una. Se retiró de la casa en absoluto silencio. Ya afuera, en el umbral de la puerta se detuvo, meditó unos pocos segundos sobre la decisión, respiró profundo y se fue.
La anciana la espió por la ventana mientras la mujer se iba caminando como si la vida le pesara,desganada y ausente. Detrás iba su sombra, relegada nuevamente, a la que no se le dio tiempo de enseñarle lo suficiente. Se dio vuelta antes de volver a su cárcel, para mirar con ojos tristes a la anciana, sabiendo que el tiempo, tan sabio como ella, le volvería a dar otra oportunidad alguna vez.
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